Carmen Domingo
- La fuga
Al Chato, vecino de la zona, desde que fue detenido por robar un gorrino en su pueblo, lo condenaron al fuerte. Desde muy niño, desde que se murió su padre, trabajó en la taberna del pueblo. Pero justo al comenzar la guerra la cerraron y en su casa su madre y sus ocho hermanos se quedaron sin el único sustento que entraba. Así que él, ni corto ni perezoso, salió a buscarlo. Funcionó un tiempo, pero no tardaron en pillarlo. No estaba acostumbrado a la bribonada y lo enviaron al calabozo.
Carmen Domingo
- La fuga
-Saturnino, estamos en guerra, ¿o lo has olvidado? Ya puedes ir quitándote esas tonterías de los perdones de la cabeza, que con eso no ganaremos la guerra. La Iglesia tolera lo que está pasando porque Dios dice que nosotros somos los buenos y ellos son malos. Y Dios ayuda a los buenos y castiga a los malos, ¿no? Pues en ésas estamos. Esos rojos por no tener no quieren ni tener un dios que los ampare, así que a qué molestarse con ellos. Bastante hacemos teniéndolos aquí -insistió Roberto.
Carmen Domingo
- La fuga
¿Qué es lo que pasa, señor? ¿Algún problema? -preguntó tímidamente Carlos Muñoz, el administrador del Penal de San Cristóbal, colocándose las gafas que constantemente se le resbalaban por la nariz. Tras recibir la señal que lo autorizaba a entrar en el despacho, traspasó la puerta y se giró lentamente para cerrarla. Se alegró de su prudencia, desde fuera se habían oído los gritos e hizo bien en preguntar antes de entrar al despacho en lugar de hacerlo directamente como en otras ocasiones.
Carmen Domingo
- La fuga
Parecía claro, a juzgar por todos los comentarios vecinales, que, tal como transcurrió el apresurado noviazgo, don Alfonso había decidido casarse de un día para otro con una mujer más de diez años mayor que él para mejorar en prestigio y alcanzar una clase social a la que de otro modo no hubiera accedido. Doña Julia, la afortunada novia, era duquesa y su padre uno de los requetés más conocidos de la zona. Perfecto para prestigiar su más que holgada situación económica, pero de dudoso origen.
Ted Lewis
- Carter
Aparqué el coche y me dirigí a la entrada acristalada. Había un portero con una libreta a lo Tom Arnold. Pasé de largo y entré en el enorme vestíbulo. Solo había dos gorilas. Uno a cada punta, como si fueran sujetalibros. Los dos se fijaron en mí, pero me permitieron llegar hasta el mostrador de recepción. El hombre que había tras el mostrador parecía haberse graduado en la carrera del Bingo. En sus días de juventud a lo mejor había cantado baladas en alguna sala de baile de provincias.
Ted Lewis
- Carter
Miré a mi alrededor y vi a las esposas de la nueva pequeña nobleza. No había ni una que no fuera demasiado arreglada. No había ni una que no parecía estar enferma del estómago de celos de algo o de alguien. No habían tenido nada cuando eran más jóvenes; después de la guerra poco a poco habían llegado a tener de todo, y el cambio había sido tan sorprendente que no podían dejar de querer cosas, nunca estaban satisfechas. Eran la clase de personas que me hacían comprender que yo tenía razón.
Ted Lewis
- Carter
Llovía otra vez a cántaros. El neón azul brillaba en los charcos. Eric estaba junto a un Rolls Royce y miraba en dirección al pub. Esperó unos segundos, se metió en el coche y lo puso en marcha. Esperé hasta que cruzó la calzada que desembocaba en la calle principal. Me agaché, salí del pub y corrí siguiendo una hilera de coches hasta donde estaba el mío. Mientras tanto, Eric había doblado a la izquierda y se alejaba siguiendo High Street hacia el extremo norte de la ciudad.
Ted Lewis
- Carter
Corrí siguiendo la parte delantera de la casa y doblé la esquina, pero seguía sin verlo, así que continué y doblé otra esquina, y ya volvía a estar de nuevo en la parte de atrás. Ahí estaba Albert. Frustrado en su huida. Había corrido en dirección al coche, pero Glenda le gritaba y yo tenía las llaves. Albert empezó a soltar palabrotas y Glenda gritó al verme, y Albert volvió la cabeza y también me vio, y entonces echó a correr en dirección opuesta a la casa, hacia las plantas siderúrgicas.
Margaret Atwood
- El cuento de la criada
Aquí, las aceras son de cemento. Intento no pisar las juntas, como los niños. Recuerdo cuando caminaba por estas aceras, en otros tiempos, y el calzado que solía usar. A veces llevaba zapatillas de carrera con el interior acolchado y agujeritos para que el pie respirara, y estrellas de tela fosforescente que reflejaban la luz en la oscuridad. Sin embargo, nunca corría de noche, y durante el día solo lo hacía por las calles muy concurridas. En aquel entonces las mujeres no estaban protegidas.
Magaret Atwood
- El cuento de la criada
Resulta extraño recordar lo que solíamos pensar, como si lo tuviéramos todo al alcance, como si no existieran las contingencias, ni los límites; como si fuéramos libres de modelar y remodelar eternamente los siempre expansibles perímetros de nuestras vidas. Yo también era así, también lo hacía. Luke no fue el primer hombre en mi vida, y podría no haber sido el último. Si no hubiera quedado congelado de ese modo. Parado en seco en el tiempo, en el aire, entre los árboles, en mitad de la caída.
Margaret Atwood
- El cuento de la criada
Dormíamos en lo que, en otros tiempos, había sido el gimnasio. El suelo, de madera barnizada, tenía pintadas líneas y círculos correspondientes a diferentes deportes. Los aros de baloncesto todavía existían, pero las redes habían desaparecido.
Frank O'Hara
- Tomar una coca-cola contigo. Poema (fragmento)
Tomar una cocacola contigo es más divertido que pasearse por San Sebastián, Irún, Hendaya, Biarritz, Bayona, o sentir náuseas en la Travesera de Gracia de Barcelona. En parte porque con tu camiseta naranja te asemejas a un mejor y más feliz San Sebastián. En parte por mi amor por ti, en parte por tu amor por el yogur, en parte por los fluorescentes tulipanes naranjas alrededor de los abedules, en parte por el aire de complicidad que asumen nuestras sonrisas frente a la gente y las esculturas.
Olympe de Gouges
- Declaración de los derechos de la Mujer y de la Ciudadana
La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.
Antonio Machado
- Hoy es siempre todavía
Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora. Y ahora es momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos. Porque mañana es tarde. Ahora.
Miguel de Unamuno
Y habrá barbarie y guerras devastadoras, y otros estragos, mientras sean los zánganos, que revolotean en torno de la reina para fecundarla y devorar la miel que no hicieron, los que rijan las colmenas.
Natsu
- Fairy Tail
¿Qué? Tengo a mis amigos a mi lado. El miedo no es malo, te dice cuál es tu debilidad. Y cuando la conoces te vuelves más fuerte y amable. Ya conocemos nuestra debilidad. ¿Y qué vamos a hacer ahora?... ¡Nos volvemos más fuertes! ¡Nos pararemos y lucharemos! Tal vez no podamos evitar sentir miedo cuando estamos solos. Nosotros, estamos todos juntos. ¡Tenemos a nuestros amigos a nuestro lado! ¡Ahora no tenemos nada que temer! ¡¡Porque no estamos solos!!
Ambrose Bierce
- HUÉRFANO
Un huérfano es una persona a quien la muerte de sus progenitores ha privado de la posibilidad de la ingratitud filial, carencia que toca con singular elocuencia todas las cuerdas de la simpatía humana. Cuando es joven, el huérfano es enviado a un asilo, donde cultivando cuidadosamente su rudimentario sentido de la ubicación, se le enseña a conservar su lugar. Luego se lo instruye en las artes de la dependencia y el servilismo y finalmente se lo suelta para que vaya a vengarse del mundo...
Eduardo Abel Gimenez
- HAY QUE PASARSE EL TIEMPO
Hay que pasarse el tiempo acomodando todo. Esto arriba, lo otro a la derecha, una cosa al norte, otra cosa abajo, otra a la izquierda, otra al oeste, que en diagonal, que en curva, que recto, torcido, junto, separado, allá, acá, adelante. Todo hay que acomodar, y no solo una vez sino muchas, todo el tiempo, hora tras día tras semana tras mes. Y si algo queda acomodado, entonces viene alguien y lo empuja, lo patea, lo ignora, le dice cosas, lo cambia de lugar queriendo o sin querer...
Eduardo Abel Gimenez
- SON CINCO
Son cinco, de los que el mejor está en segundo lugar. El primero es más pesado que el cuarto, que a su vez tiene menos cola que el tercero. El último nunca está solo, cosa que no se puede decir del segundo. Hay dos rojos, dos con ranuras, uno triste, tres a los que les falta agua, uno encendido, dos con algo metálico. El más desparejo está detrás del menos sabio. El menos gordo está delante del más duro. Uno de ellos tiene muchas ganas de irse para no volver.
Francis Scott Fitzgerld
- El gran Gatsby
En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza. "Cuando sientas deseos de criticar a alguien" -fueron sus palabras- "recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste." El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerld.