Alice Miller
- El saber proscrito
De manera totalmente natural, los niños piden ternura, calor humano y afecto, carantoñas o incluso provechos materiales, pero ningún adulto tiene derecho a aprovecharse de eso para realizar actos sexuales. Sin embargo, la culpa de lo ocurrido no se atribuye al adulto, sino que siempre se busca, y por supuesto se halla, en el niño o incluso en su madre.
Alice Miller
- El saber proscrito
Digamos al respecto simplemente que el comportamiento de algunas niñas que quieren poner a prueba, en la seguridad del ambiente familiar, su capacidad de seducción, es completamente normal y no justifica ni el incesto ni los abusos sexuales, ni mucho menos constituye una apelación al adulto a práctica sexual alguna, la cual, por regla general, no es resultado de la iniciativa del niño, sino de la del adulto masculino, sobre el cual recae toda la responsabilidad.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Al atardecer recogieron en Puerto Nare una mujer más alta y robusta que el capitán, de una belleza descomunal, a la cual solo le faltaba la barba para ser contratada en un circo. Se llamaba Zenaida Neves, pero el capitán la llamaba Mi Energúmena.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Ella lo sabía, y empezó a provocar el cuerpo indefenso con caricias de burla, como una gata tierna regodeándose en la crueldad, hasta que él no pudo resistir más el martirio y se fue a su camarote. Ella siguió pensando en él hasta el amanecer, convencida por fin de su amor, y a medida que el anís la abandonaba en oleadas lentas, la iba invadiendo la zozobra de que él se hubiera disgustado y no volviera nunca.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Con todo, la demora del buque había sido para ellos un percance providencial. Florentino Ariza lo había leído alguna vez: "El amor se hace más grande y noble en la calamidad". La humedad del Camarote Presidencial los sumergió en un letargo irreal en el cual era más fácil amarse sin preguntas.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Entonces él extendió los dedos helados en la oscuridad, buscó a tientas la otra mano en la oscuridad, y la encontró esperándolo. Ambos fueron bastante lúcidos para darse cuenta, en un mismo instante fugaz, de que ninguna de las dos era la mano que habían imaginado antes de tocarse, sino dos manos de huesos viejos. Pero en el instante siguiente ya lo eran.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
La música cesó después de la media noche, el bullicio de los pasajeros se dispersó y se deshizo en susurros dormidos, y los dos corazones se quedaron solos en el mirador en sombras, viviendo al compás de los resuellos del buque.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Su alarma hizo crisis desde la primera semana, cuando se dio cuenta del grado de familiaridad y dominio con que Florentino Ariza entraba en la casa, y de los cuchicheos y fugaces pleitos de novios con que transcurrían las visitas hasta muy entrada la noche. Lo que para el doctor Urbino Daza era una saludable afinidad de dos ancianos solitarios, para ella era una forma viciosa de concubinato secreto.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Fue una voz solitaria en medio del océano, pero se oyó muy hondo y muy lejos. Fermina Daza supo quién era el autor sin que nadie se lo dijera, porque reconoció algunas ideas y hasta una frase literal de las reflexiones morales de Florentino Ariza. De modo que lo recibió con un afecto reverdecido en el desorden de su abandono.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
A pesar de su franqueza cruda, no tenía intención de revelárselo a él ni por correo ni en persona, ni le alcanzaba el corazón para decirle qué falsos le sonaban los sentimentalismos de sus cartas después de haber conocido el prodigio de consolación de sus meditaciones escritas, cómo lo devaluaban sus mentiras líricas y cuánto perjudicaba a su causa la insistencia maniática de rescatar el pasado.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
La inmovilidad forzosa, la certidumbre cada día más lúcida de la fugacidad del tiempo, los deseos locos de verla, todo le demostraba que sus temores de la caída habían sido más certeros y trágicos de lo que había previsto. Por primera vez empezó a pensar de un modo racional en la realidad de la muerte.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
La escribió a mano, en papel perfumado y con tinta luminosa para leer en la oscuridad, y dramatizó sin pudores la gravedad del percance tratando de suscitar su compasión. Ella le contestó dos días más tarde, muy conmovida, muy amable, pero sin una palabra de más ni de menos, como en los grandes días del amor.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Florentino Ariza tuvo buen cuidado de derivar hacia otros temas menos ásperos, pero su gentileza fue tan evidente que ella se supo descubierta, y eso aumentó su rabia. Fue un mal martes.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Florentino Ariza, en un estado de exaltación que no había logrado apaciguar con cuatro copas de oporto, siguió hablando del pasado, de los buenos recuerdos del pasado que eran su tema único desde hacía tiempo, pero ansioso de encontrar en el pasado un camino secreto para desahogarse. Pues era eso lo que le hacía falta: echar el alma por la boca.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Florentino Ariza olvidaba siempre cuando menos debía que las mujeres piensan más en el sentido oculto de las preguntas que en las preguntas mismas, y Prudencia Pitre más que cualquier otra.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Solitario entre la muchedumbre del muelle, se había dicho con un golpe de rabia que el corazón tiene más cuartos que un hotel de putas. Estaba bañado en lágrimas por el dolor de los adioses.
Gabriel García Márquez
- El amor en los tiempos del cólera
Pero Ángeles Alfaro se fue como vino, con su sexo tierno y su violonchelo de pecadora, en un transatlántico abanderado por el olvido, y lo único que quedó de ella en las azoteas de luna fueron sus señas de adiós con un pañuelo blanco que parecía una paloma en el horizonte, solitaria y triste, como en los versos de los Juegos Florales.