J. R. R. Tolkien
- Las dos torres
Ahora los hobbits dependían enteramente de Gollum. No sabían, ni podían adivinar a esa luz brumosa, que en realidad se encontraban a solo unos pasos de los confines septentrionales de las ciénagas, cuyas ramificaciones principales se abrían hacia el sur.
J. R. R. Tolkien
- Las dos torres
En aquella llanura pedregosa, atravesada por las carreteras de los orcos y los soldados del enemigo, no había ninguna posibilidad de encontrar algún refugio. Allí ni siquiera las capas élficas de Lorien hubieran podido ocultarlos.
J. R. R. Tolkien
- Las dos torres
Soy Aragorn hijo de Arathorn y me llaman Elessar, Piedra de Elfo, Dúnadan, heredero del hijo de Isildur, hijo de Elendil de Gondor. ¡He aquí la Espada que estuvo rota una vez y fue forjada de nuevo! ¿Me ayudarás o te opondrás a mí? ¡Escoge rápido!
J. R. R. Tolkien
- Las dos torres
Cayó la noche y se hizo el silencio; no se oía otra cosa que un débil temblor de tierra bajo los pies de los ents y un roce, la sombra de un susurro, como de muchas hojas llevadas por el viento.
J. R. R. Tolkien
- Las dos torres
Algunos de los nuestros son ahora exactamente como árboles y se necesita mucho para despertarlos y hablan solo en susurros. Pero otros son de miembros flexibles y muchos pueden hablarme. Fueron los elfos quienes empezaron, por supuesto, despertando árboles y enseñándoles a hablar y aprendiendo el lenguaje de los árboles. Siempre quisieron hablarle a todo, los viejos elfos.
J. R. R. Tolkien
- El señor de los anillos: Las dos Torres
Así fue cómo Áragorn vio por primera vez a la luz del día a Eowyn, Señora de Rohan, y la encontró hermosa, hermosa y fría, como una clara mañana de primavera que no ha alcanzado aún la plenitud de la vida.
Gabriel García Márquez
- Crónica de una muerte anunciada
Se apartó para dejarlo salir, y a través de la puerta entreabierta vio los almendros de la plaza, nevados por el resplandor del amanecer, pero no tuvo valor para ver nada más.
Gabriel García Márquez
- Crónica de una muerte anunciada
La cocina enorme, con el cuchicheo de la lumbre y las gallinas dormidas en las perchas, tenía una respiración sigilosa. Santiago Nasar masticó otra aspirina y se sentó a beber a sorbos lentos el tazón de café, pensando despacio, sin apartar la vista de las dos mujeres que destripaban los conejos en la hornilla. A pesar de la edad, Victoria Guzmán se conservaba entera. La niña, todavía un poco montaraz, parecía sofocada por el ímpetu de sus glándulas.
León Tolstoy
- Anna Karenina
Al otro día, un sol magnífico hizo desaparecer las ligeras capas de hielo que aún quedaban sobre las aguas, y el aire cálido se impregnó de los vapores emanados de la tierra vivificada. La hierba antigua tomó al punto verdes tintes; la nueva comenzó a brotar en forma de pequeñas agujas; los botones de los abedules y de otras plantas se llenaron de savia, y en sus ramas, bañadas por el sol, los enjambres de abejas se precipitaron zumbando.
León Tolstoy
- Anna Karenina
Al amparo de la niebla se deslizaron las aguas, crujieron y se quebraron los hielos, aumentaron la rapidez de su curso los arroyos turbios y cubiertos de espuma. A la caída de la tarde, la niebla que ocultaba la colina roja pareció desgarrarse como un velo; las grandes nubes se deshicieron en nubecillas en forma de vellones blancos y la primavera apareció al fin, brillante y deslumbradora.
León Tolstoy
- Anna Karenina
El día de pascua nevó mucho, pero al siguiente sopló de improviso un viento cálido, amontonándose las nubes, y por espacio de tres días con sus noches no dejó de caer una lluvia tibia. El viento se calmó el jueves y entonces se extendió sobre la tierra una espesa bruma de color gris, como para ocultar los misterios que se producían en la naturaleza.
León Tolstoy
- Anna Karenina
La primavera se aproximaba al fin, bella, cariñosa y sin falsas promesas; era una de esas raras primaveras de que se regocijan las plantas y los animales tanto como los hombres. Aquella estación magnífica comunicó a Levin nuevo ardimiento, vigorizando su resolución de olvidar el pasado para organizar su vida solitaria en condiciones de independencia.
León Tolstoy
- Anna Karenina
La primavera fue bastante tardía; en las primeras semanas de la cuaresma el tiempo se mantuvo sereno, aunque frío, y por más que el sol produjera durante el día cierto deshielo, el termómetro marcaba siete grados por la noche, siendo tan dura la capa formada sobre la nieve que no había ya caminos trazados.
León Tolstoy
- Anna Karenina
Las vacas, cuyo pelaje no crecía ya con regularidad, mugían de placer al salir de sus establos. Alrededor de las ovejas, con su espeso vellón, los corderillos saltaban torpemente. Los niños corrían descalzos por los húmedos senderos, donde dejaban impresas sus huellas. Las campesinas conversaban alegremente a orillas del estanque, ocupándose en blanquear su ropa; y por todas partes resonaban el hacha de los campesinos y el crujido de las carretas. La primavera imperaba en todo su esplendor.
León Tolstoy
- Anna Karenina
Invisibles alondras entonaron su alegre cántico sobre el terciopelo de la campiña desembarazada de nieve; los frailecillos parecieron llorar sus pantanos sumergidos por las aguas torrenciales; y las cigüeñas y las ocas remontaron su vuelo por las altas regiones, lanzando ese grito particular, precursor de la primavera.
León Tolstoy
- Anna Karenina
En el silencio diáfano de la campiña dormida se oían los más tenues sonidos. Una abeja pasó, volando, al lado mismo de una de sus orejas. Levin miró con atención y vio otras muchas. Todas salían desde el seto del colmenar, volaban por encima del cáñamo y desaparecían en dirección del carrizal.
Anthony Minghella
- The Talented Mr. Ripley
Lo especial de Dickie es que te mira y es como si el sol brillara solo para ti y es maravilloso. Pero luego se olvida de ti y es muy, muy frío. Cuando tienes su atención te sientes como si fueras la única persona en el mundo. Por eso es que le cae bien a todo el mundo.
Milan Kundera
- La insoportable levedad del ser
¿Cuál es su arma? Únicamente su fidelidad. Se la ofreció desde el comienzo, desde el primer día, como si supiera que no tenía otra cosa que darle. El amor que hay entre ellos es de una arquitectura extrañamente asimétrica: descansa sobre la seguridad absoluta de su fidelidad como un palacio mastodóntico sobre una sola columna.
Milan Kundera
- La insoportable levedad del ser
Pero la frágil construcción de su amor se derrumbaría por completo. Porque esa construcción tiene por única columna su fidelidad y los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también.