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Guía del autoestopista galáctico
El título completo del presidente es Presidente del Gobierno Galáctico Imperial. Se mantiene el término Imperial, aunque ya sea un anacronismo. El emperador hereditario está casi muerto, y lo ha estado durante siglos. En los últimos momentos del coma final se le encerró en un campo de éxtasis, donde se conserva en un estado de inmutabilidad perpetua.

Guía del autoestopista galáctico
Finalmente desaparecieron por completo los últimos rayos de Sol. Su rostro seguía recibiendo luz de alguna parte, y cuando Arthur buscó su origen, vio que a unos metros de distancia había una especie de embarcación: un aerodeslizador, supuso Arthur. Derramaba un tenue haz luminoso a su alrededor.

Guía del autoestopista galáctico
Un día se envió una expedición a las coordenadas espaciales donde Voojagig había afirmado que se encontraba su planeta, y solamente se descubrió un asteroide pequeño habitado por un anciano solitario que declaró repetidas veces que nada era verdad, aunque más tarde se descubrió que mentía.

Guía del autoestopista galáctico
En cuanto a teoría, pareció estupenda y simpática hasta que Veet Voojagig afirmó de repente que había encontrado ese planeta y había trabajado como conductor de un automóvil lujoso para una familia de vulgares retráctales verdes, que después lo prendieron, lo encerraron, y después de que él escribiera un libro, finalmente lo enviaron al exilio tributario, que es destino normalmente reservado para aquellos que se deciden a hacer el ridículo en público.

Guía del autoestopista galáctico
La guía empezó a explicar a cualquiera que quisiese oírla la mejor forma de sacar de Antares glándulas de periquitos antereanos de contrabando. Una glándula de periquito ensartada en un palillo es una exquisitez escandalosa pero muy solicitada después de un cóctel, y con frecuencia las adquieren por importantes sumas de dinero unos idiotas riquísimos que quieren impresionar a otros riquísimos idiotas.

Guía del autoestopista galáctico
De cuando en cuando surgían rasgos prometedores en el horizonte lejano: barrancas, quizá montañas o incluso ciudades. Pero a medida que se aproximaban, las líneas se suavizaban desvaneciéndose en el anonimato, y nada dejaban traslucir. La superficie del planeta estaba empañada por el tiempo, por el leve movimiento del tenue aire estancado que la había envuelto a lo largo de los siglos.

Guía del autoestopista galáctico
Más partes del planeta se desplegaban a sus ojos a medida que el Corazón de Oro proseguía su órbita. Los soles se elevaban ahora en el cielo negro, había acabado la pirotecnia de la aurora y la superficie del planeta parecía yerma y ominosa a la ordinaria luz del día; era gris, polvorienta y de contornos vagos. Parecía muerta y fría como una cripta.

Guía del autoestopista galáctico
La Guía del autoestopista galáctico dice que si uno se llena los pulmones de aire, puede sobrevivir en el vacío absoluto del espacio unos treinta segundos. Sin embargo, añade que, como el espacio es de tan pasmosa envergadura, las probabilidades de que a uno lo recoja otra nave en esos treinta segundos son de doscientas sesenta y siete mil setecientas nueve contra una.

Guía del autoestopista galáctico
Tuvo la repugnante y súbita sensación de que el pez se deslizaba por las profundidades de su sistema auditivo. Durante un segundo jadeó horrorizado, escarbándose el oído; pero luego quedó con los ojos en blanco, maravillado. Experimentaba el equivalente acústico de mirar a un montón de puntos coloreados en un trozo de papel que de pronto se resolvieran en el número seis y sospechar que el oculista le va a cobrar a uno mucho dinero por unas gafas nuevas.

Guía del autoestopista galáctico
Ford y Trillian estaban sentados en un rincón hablando de la vida y de los problemas que suscita; y Arthur se llevó a la cama el ejemplar de Ford de la Guía del autoestopista galáctico. Pensó que, como iba a vivir por allí, sería mejor aprender algo al respecto.

Guía del autoestopista galáctico
Aquella noche, mientras el Corazón de Oro procuraba poner varios años luz entre su propio casco y la Nebulosa Cabeza de Caballo, Zaphod holgazaneaba bajo la pequeña palmera del puente tratando de ponerse en forma el cerebro con enormes detonadores gargáricos pangalácticos.

Guía del autoestopista galáctico
Allí iban a parar varios túneles y, al otro extremo de la cámara, Arthur vio un ancho círculo de luz suave e irritante. Era molesta porque jugaba malas pasadas a los ojos, era imposible orientarse bien o decir cuán lejos o cerca estaba. Arthur supuso (equivocándose por completo) que sería ultravioleta.

Guía del autoestopista galáctico
Volvió a abrir los ojos. Aún seguían en el túnel plateado, abriéndose paso, colándose, entre una intrincada red de túneles convergentes. Finalmente se detuvieron en una pequeña cámara de acero ondulado.

Guía del autoestopista galáctico
Al cabo de un tiempo que no trató de calcular, sintió una leve disminución de la velocidad, y un poco más tarde comprendió que iban deteniéndose suavemente, poco a poco.

Guía del autoestopista galáctico
Se habían introducido en un túnel excavado en el suelo. La velocidad colosal era la que ellos llevaban en dirección al destello luminoso, que era un agujero inmóvil en el suelo, la embocadura del túnel. La demencial mancha plateada era la pared circular del túnel por donde iban disparados, al parecer, a varios centenares de kilómetros por hora. Aterrado, cerró los ojos.

Guía del autoestopista galáctico
Su velocidad relativa parecía increíble, y Arthur apenas tuvo tiempo de respirar antes de que todo terminara. Lo primero que percibió fue una demencial mancha plateada que parecía rodearle. Volvió la cabeza con brusquedad y vio un pequeño punto negro que desaparecía rápidamente tras ellos, a lo lejos, y tardó varios segundos en comprender lo que había pasado.

Guía del autoestopista galáctico
Miró pero no pudo distinguir claramente su forma, y de pronto jadeó alarmado cuando el aerodeslizador se inclinó abruptamente y se precipitó hacia abajo en una trayectoria que seguramente acabaría en colisión.

Guía del autoestopista galáctico
Entonces, un tenue destello de luz apareció en el horizonte y al cabo de unos segundos aumentó tanto de tamaño, que Arthur comprendió que se dirigía hacia ellos a velocidad colosal, y trató de averiguar qué clase de vehículo podría ser.

Guía del autoestopista galáctico
Arthur intentó calcular la velocidad a que viajaban, pero la oscuridad exterior era absoluta y carecía de puntos de referencia. La sensación de movimiento era tan suave y ligera, que casi estaba a punto de creer que no se movían en absoluto.

Guía del autoestopista galáctico
La pequeña nave se deslizaba silenciosa por la fría oscuridad: un fulgor suave y solitario que surcaba la negra noche magratheana. Viajaba deprisa. El compañero de Arthur parecía sumido en sus propios pensamientos, y cuando en un par de ocasiones trató Arthur de entablar conversación, el anciano se limitó a contestar preguntándole si estaba cómodo, sin añadir nada más.