El Topo, inmóvil y sin aliento, dejó de remar mientras el sonido acuático de aquella flauta lo cubría como una ola y lo hechizaba. Vio las lágrimas correr por las mejillas de su compañera, inclinó la cabeza y comprendió. Permanecieron así durante un rato, acariciados por las primaveras violetas que bordeaban la orilla. Luego la clara y autoritaria llamada que acompañaba la melodía embriagadora impuso su voluntad sobre el Topo, y éste se inclinó de nuevo mecánicamente sobre los remos. Y la luz se.