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A fundamental misunderstanding of depression.

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Well you can actually make it go slower than 1 second per second if you …

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Guía del autoestopista galáctico
El hecho de que sobrevivieran es una especie de tributo a la obstinación, a la fuerte voluntad, a la deformación cerebral de tales criaturas. ¿Evolución?, se dijeron a sí mismos. ¿Quién la necesita? Y lo que la naturaleza se negó a hacer por ellos lo hicieron por sí mismos hasta el momento en que pudieron rectificar las groseras inconveniencias anatómicas por medio de la cirugía.

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Entretanto, las fuerzas naturales del planeta Vogosfera habían trabajado horas extraordinarias para remediar su equivocación anterior. Produjeron escurridizos cangrejos, centelleantes como gemas, que los vogones comían aplastándoles los caparazones con mazos de hierro y altos árboles anhelosos, de esbeltez y colores increíbles, que los vogones talaban y encendían para asar la carne de los cangrejos.

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Trataron de adquirir conocimientos, intentaron alcanzar estilo y elegancia social, pero en muchos aspectos los vogones modernos se diferenciaban poco de sus ancestros primitivos. Todos los años importaban veintisiete mil escurridizos cangrejos centelleantes como gemas, y pasaban una noche feliz emborrachándose y aplastándolos hasta hacerlos pedacitos con mazos de hierro.

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Así pasó el planeta Vogosfera los tristes milenios hasta que los vogones descubrieron de repente los principios de los viajes interestelares. Al cabo de unos breves años vogones, todos los habitantes del planeta habían emigrado al grupo de Megabrantis, el eje político de la Galaxia, y ahora formaban el espinazo, enormemente poderoso, de la Administración Pública de la Galaxia.

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No quiero morir ahora. Es muy mal momento. Todavía me duele la cabeza. No quiero ir al cielo con dolor de cabeza, estaría enojado y no lo disfrutaría.

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Mi capacidad para esa idea vaga, difusa, etérea, con tantos significados... que muchos denominan felicidad podría caber en una caja de cerillas sin sacar las cerillas primero.

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En alguna parte de la pequeña cabina a oscuras, situada en lo más hondo de los intestinos de la nave insignia de Prostetnic Vogon Jeltz, una cerilla minúscula destelló nerviosamente. El dueño de la cerilla no era un vogón, pero conocía todo lo relativo a los vogones y tenía razones para estar nervioso. Se llamaba Ford Prefect.

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Oyó un leve gruñido. A la luz de la cerilla vio una densa sombra que se removía ligeramente en el suelo. Rápidamente apagó la cerilla, buscó algo en el bolsillo, lo encontró y lo sacó. Lo abrió y lo sacudió. Se agachó en el suelo. La sombra volvió a moverse.

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Entonces hubo un susurro ligero, un murmullo dilatado y súbito que resonó en el espacio abierto. Todos los aparatos de alta fidelidad del mundo, todas las radios, todas las televisiones, todos los magnetófonos de cassette, todos los altavoces de frecuencias bajas, todos los altavoces de frecuencias altas, todos los receptores de alcance medio del mundo quedaron conectados sin más ceremonia.

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Bueno, yo digo que sí al idealismo, sí a la dignidad de la investigación pura, sí a la búsqueda de la verdad en todas sus formas, pero me temo que se llega a un punto en que se empieza a sospechar que si existe una verdad auténtica, es que toda la infinitud multidimensional del Universo está regida, casi sin lugar a dudas, por un hatajo de locos. Y si hay que elegir entre pasarse otros diez millones de años averiguándolo, y coger el dinero y salir corriendo, a mí me vendría bien hacer ejercicio.

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Entretanto, el pobre pez Babel, al derribar eficazmente todas las barreras de comunicación entre las diferentes razas y culturas, ha producido más guerras y más sangre que ninguna otra cosa en la historia de la creación.

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Tal vez esté viejo y cansado, pero siempre he pensado que las posibilidades de descubrir lo que realmente pasa son tan absurdamente remotas, que lo único que puede hacerse es decir: olvídalo y mantente ocupado. Fíjate en mí: yo proyecto líneas costeras. Me dieron un premio por Noruega.

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Ford abandonó todo propósito de dormir. En un rincón de su cabina había un pequeño ordenador con pantalla y teclado. Se sentó ante él durante un rato con intención de redactar un artículo nuevo para la Guía sobre el tema de los vogones, pero no se le ocurrió nada bastante mordaz, así que desistió. Se envolvió en una túnica y se fue a dar un paseo hasta el puente.

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Ford no podía dormir. Estaba demasiado entusiasmado por encontrarse nuevamente en marcha. Habían terminado quince años de práctica reclusión, justo cuando estaba empezando a abandonar toda esperanza. Merodear con Zaphod durante una temporada prometía ser muy divertido, aunque había algo un tanto raro en su medio primo que no podía determinar.

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El Corazón de Oro prosiguió su viaje silencioso por la noche espacial, ahora con una energía convencional de fotones. Sus cuatro tripulantes se sentían incómodos sabiendo que no estaban reunidos por su propia voluntad ni por simple coincidencia, sino por una curiosa perversión de la física, como si las relaciones entre la gente estuvieran sujetas a las mismas leyes que regían la relación entre átomos y moléculas.

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Zaphod no podía dormir. Él también deseaba saber qué era lo que él mismo no se permitía pensar. Hasta donde podía recordar, tenía una vaga e insistente sensación de no encontrarse allí. Durante la mayor parte del tiempo fue capaz de dejar a un lado semejante idea y no preocuparse por ella, pero había vuelto a surgir por la súbita e inexplicable llegada de Ford Prefect y Arthur Dent. En cierto modo, aquello parecía obedecer a un plan que no comprendía.

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Le parecía remoto e irreal, y no hallaba medio de recordarlo. Observó a los ratones corriendo por la jaula y pisando furiosamente los pequeños peldaños de su rueda de plástico, hasta que ocuparon toda su atención. De pronto se estremeció y volvió al puente, a vigilar las lucecitas y cifras centelleantes que marcaban el avance de la nave a través del vacío. Tuvo deseos de saber qué era lo que estaba tratando de no pensar.

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Trillian no podía dormir. Se sentó en un sofá y contempló una jaula pequeña que contenía sus únicos y últimos vínculos con la Tierra: dos ratones blancos que llevó consigo tras lograr el permiso de Zaphod. Esperaba no volver a ver más el planeta, pero se sintió inquieta al conocer las noticias de su destrucción.

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El auténtico universo se perdía bajo ellos, en un arco vertiginoso. Varios universos fingidos pasaban rápidamente a su lado como cabras monteses. Estalló la luz original, lanzando salpicaduras de espacio-tiempo como trocitos de crema de queso. El tiempo floreció, la materia se contrajo. El mayor número primo se aglutinó en silencio en un rincón y se ocultó para siempre.

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La nada de un segundo por la cual se abrió el agujero, rebotó hacia atrás y hacia delante en el tiempo de forma enteramente increíble. En alguna parte del pasado más remoto, traumatizó seriamente a un pequeño y azaroso grupo de átomos que vagaban por el estéril vacío del espacio, haciendo que se fundieran en unas figuras sumamente improbables. Tales figuras aprendieron rápidamente a reproducirse a sí mismas. Así es como empezó la vida en el Universo.