Y por la tarde todo se repitió de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando a las canicas. Tenías agujeros en los calcetines. Te humillé ante tus amigos haciéndote ir a casa delante de mí. Los calcetines eran caros, y si tuvieras que comprarlos tú, tendrías más cuidado. Pensar hijo, que esto, lo diga un padre...