Uno sólo puede aclarar realmente su situación personal y disipar los miedos cuando es capaz de sentirlos, no cuando se dedica a discutir sobre ellos. Sólo entonces se levanta el velo, y uno se da cuenta de lo que realmente necesita: nada de tutelas, nada de intérpretes que inducen a la confusión, sino el espacio necesario para crecer, y el acompañamiento de un testigo iniciado en el largo viaje que uno acaba de emprender.