Ese instante que no se olvida, tan vacío devuelto por las sombras, tan vacío, rechazado por los relojes... Ampáralo niña ciega de alma, ponle tus cabellos escarchados por el fuego, abrázalo pequeña estatua de terror, señálale el mundo convulsionado a tus pies... dile que los suspiros del mar humedecen las únicas palabras por las que vale vivir. Pero ese instante sudoroso de nada, acurrucado en la cueva del destino, sin manos para decir nunca, sin manos para regalar mariposas a los niños muertos.