Jamás había visto un brillo como el de su piel morena, ni talle tan seductor, ni unos dedos tan finos que atravesaban la luz. Contempló su cestillo de labor embobado, como algo extraordinario. ¿Cuáles eran su nombre, su domicilio, su vida, su pasado? Deseaba conocer los muebles de su habitación, todos los vestidos que ella se había puesto, las personas que frecuentaba y, hasta el deseo de la posesión física, desaparecía en un anhelo más profundo, en una curiosidad dolorosa que no tenía límites.