Vinieron casualmente a mis manos unas escrituras bárbaras, más antiguas que las doctrinas de los griegos y, si a los errores de estos se mira, realmente divinas. Y hube de creerlas por la sencillez de su dicción, por la naturalidad de los que hablan, por la previsión de lo futuro, por la excelencia de los preceptos y por su enseñanza sobre la unicidad de mando en el universo.