Salí rápidamente del garaje con mi carro, camino del Barrio Francés. En ruta, fueron muchos los peatones que apreciaron favorablemente mi semidisfraz. Con el sable golpeteando en el costado, el pendiente balanceándose en el lóbulo, el pañuelo rojo brillando al sol con la suficiente luminosidad como para atraer a un toro, crucé la ciudad con paso resuelto, dando gracias por seguir aún vivo, acorazándome contra los horrores que me esperaban en el Barrio Francés.