Examinó a Jaime con atención, teniendo cuidado de mantener una expresión neutra, en la cual no pudiera leerse nada. El joven de treinta años, impecablemente vestido de traje y corbata azul marino, había colocado en la mesita que los separaba sus llaves, su celular, su Palm y su cartera en una fila perfectamente alineada. Sonrió con satisfacción, se inclinó hacia atrás y se ajustó la corbata para que cayera justo al centro de su camisa, mirando de reojo al psiquiatra.