Si de tu tez se hablase, no habría razón para quedarme callado ¿verdad? Ni hablar de el rojo de tus mejillas, el color más hermoso del mundo, un color que solo vi en mis sueños, en donde te daba una flor y con cara tímida la recibías. Aunque las palabras acuchillaran mi garganta y pidieran salir, para declarar al mundo tu belleza, me niego a hablar. Deseo que el único rojo que vean de ti sea el de tu sangre.